Historias de toda una vida

Cartas que agrada recibir

lunes, 23 de abril de 2012

EXCURSIÓN A LA MONTAÑA PALENTINA

Hoy –fiesta de nuestra comunidad- nos toca recordar esta excursión a la montaña palentina que tuvo lugar en el siglo pasado, allá por 1991. Una da tantas que realizaste al lado de tus queridos nietos, forjando lazos de un amor interminable, de recuerdos imborrables que gracias a tus cartas, aun son mucho más fuertes.
Esta es la primera por orden de fecha que obra en mi poder y mi archivo de tus cartas.

Feliz día escritor y lectores.

Marisa Pérez

EXCURSIÓN A LA MONTAÑA PALENTINA -14-JULIO-1991-

Julio, 14 del 91
Otro Domingo más de Aventuras y peripecias sendereando por la montaña palentina.

Caminatas multitudinarias por rutas bien planeadas con participación no menor de treinta autocares y un millar largo de alegres paseantes amigos de la montaña.
Resultaba un espectáculo emocionante y multicolor  recorrer con los ojos la dilatada columna de personas marchando en fila india monte arriba.

En esta ocasión la excursión deportiva  tiene como destino “Piedra Labra”.
La concentración y la partida se realizará en el puerto de Piedrasluengas.

Como había que madrugar, para ganar tiempo, los nietos durmieron en casa y, efectivamente, antes de que el día abriera el ojo ya estábamos en el autocar emprendiendo viaje, y cuando el sol, como ampolla de oro, asomaba su carota alegre y relumbrante por el Este, cruzábamos Palencia, la capital del Carrión. Pronto, a la distancia, muy lejanamente, a través de la dilatada llanura, del gran espacio abierto, con la atmósfera cristalina y el aire fino y limpio, los ojos vuelan lejos, alcanzando a ver nítidamente la poderosa muralla caliza que cierra el horizonte.

      Circulando por la carretera de Saldaña a Cervera de Pisuerga y cruzar la vega de la Valdavia, rozamos Cornoncillo (hoy Santa Ana), pueblecillo pobrete y minúsculo que en época invernal permanece cerrado, y el cierre hubiere sido definitivo si los cornitenses no llevan a cabo, apanas hace unos años, la feliz ocurrencia de levantar un pequeño dique sobre el río Cornón a su paso por el centro del pueblo, hecho que les permite gozar de múltiples ventajas.
Como el agua por donde pasa moja,  tienen bien regados los pequeños huertos donde cosechan hortalizas para los días de riguroso calor, arboladas las calles, frondosa alameda,  y lo mejor: disponen de una estupenda piscina de agua fresca y clara, que es la que actúa de poderoso imán para atraer a los nativos residentes en la ciudad hacia el rincón natal como delicioso lugar para disfrutar de plácidas y placenteras vacaciones veraniegas. Razón bastante y suficiente para que el pueblo se mantenga limpio,  bien cuidado y las casas en perfecto estado de habitabilidad. Todo debido al río Cornón, apenas un regatillo de agua cristalina a la que los cornitos nos cabe sólo la gloria de darle el nombre, porque, efectivamente, nace dentro de los límites del territorio  cornito, pero en el último confín, por lo que no gozamos de ningún otro beneficio.

      Pero dejemos Cornoncillo para acercarnos a tiro de piedra de mi pueblo; allá, tras lomita, acurrucado en una hoya, se ubica Cornón. Si;  ce, o, erre, ene, o, ene, Cornón, ¡qué nombre tan rotundo y tan sonoro! Recuerdo que de mozalbete, pusilánime, se me caía la cara de vergüenza pronunciar el nombre de mi terruño natal delante de la gente, lo camuflaba pronunciándolo mal para que pareciera otro cosa. Ahora no me pasa en absoluto. Todo lo contrario, rechazo frontalmente la idea sugerida de cambiar el nombre al pueblo, me integro en el grupo de los que dan a entender  que, en último término, sea Alcornocal de la Peña, por lo que de alcornoque pueden tener los que optan por el cambio, por cierto, absoluta  minoría.

      Claro que apasionadamente cornito, lo máximo que se puede ser, decía en broma mi tío el Rojo, con la alegría de la proximidad al terruño natal, me parecía percibir su olor, sintiendo cómo se me esponjaba el alma, y a tope los canales emotivos, que suficientemente impresionado como para pasar el resto del viaje rememorando paisajes y personajes, idealizándolo todo un poco. Quizá demasiado.

      Aunque tengo que empezar diciendo que hoy por hoy Cornón en ningún sentado es lo que era. Por un lado, con los problemas de éxodo y emigración se ha quedado sin gente dentro, sin nada que ver, pero nada. La población se ha visto reducida a la mínima expresión: docena y media de abueletes y poco más. Y en patente contrasentido, como se han alcanzado más altas cotas de bienestar, el cambio logrado es increíble, goza de buena carretera, las calles alumbradas y asfaltadas, agua corriente, teléfono público, tele-club... Cuando yo florecí en el mundo, allá por los alegres años veinte, Cornón era un aldea anodina y trasconejada, pero llena de cornitos hasta el borde,  apretujados como sardinas en lata, pero sin más cordón umbilical para comunicarse con el resto del mundo que un dificultoso caminito que trepando cerros habían trazado las pezuñas de los animales y las  ruedas de los carro; sin más agua que la que proporcionaba una fuentecilla  situada a medio kilómetro del pueblo, alumbrado con pusilánimes candiles atizados con sebo de oveja que más que  alumbrar creaban sombras y fantasmas. En años de vacas flacas -que no faltaban- el mejor amigo del hombre, el pan, en algunas casas, podía, incluso, llegar a brillar por su ausencia.

      Pensándolo mucho y bien, aunque parezca que en el corazón de estas mínimas y poco favorecidas aldeas no late el más leve amago de cosa buena, qué va, qué va, nada de eso, la gente es fundamentalmente buena, lo que ocurre es que la pobreza, -aunque no extrema- la escasez de diversión, el vivir con reiteración casi fatigosa: convivir en reducido espacio con las mismas personas, dirigiéndose las mismas palabras en el mismo lugar y a la misma hora, a la larga llegan a no soportarse. Las envidiejas son su dedito malo, porque si nacen pared con pared, casi en la misma cuna y viven mezclados como guinda en canasta hasta que les cantan el gorigori y les entierran codo con codo para, según su costumbre, seguir dándose la espalda. .
Mi madre, nacida en un pueblo en nada parecido al mío, que no encajaba en aldea tan dura de roer, ni tampoco armonizaba con los cornitos porque decía que en vez de andarse buscando el talón de Aquiles y disputándose el garrote para atizarse con él, lo que se imponía era un esfuerzo unido y un corazón común, y ante imposibilidad tal, mi madre soñaba despierta y dormida  en integrarse en un bando de aves migratorias y emprender graciosa huida  del pueblo hostil, porque tenía muy claro que ella no había nacido para carne de arado, ni había venido al mundo para sufrir  corniteces. Razón por la que nuestra salida del pueblo fue temprana, cuando yo apenas contaba cuatro o cinco años. Pero esto no evita que sea un terruñero de hueso colorado, ni tampoco que admita que mi pueblo, a ras del suelo sea muy poquita cosa. Su atractivo está en el cielo. Está feo que yo lo diga, pero alegremente digo que Cornón no es Madrid, pero que ya quisiera Madrid ser Cornón. Bueno, me explico: Madrid con su cielo desestrillizado, cuatro estrellucas  lánguidas y timoratas, situadas lo más lejos posible unas de otras, como enemistadas, ya quisiera para sí la deslumbrante espectacularidad  del nuestro firmamento con la aglomeración abigarrada de estrellas florecidas y pestañeantes. Que me caiga de espaldas si exagero al afirmar que por cada estrella del cielo madrileño  le corresponden al de Cornón mil, o más. Más digo, es decir,  lo voy a decir todo, pero eso será mas tarde, ahora contaré algunas anécdotas sencillas que retratan de cuerpo entero a sus protagonistas.

      Echo los ojos atrás y me parece estar viendo a la  señá  Exuperancia, “la Murciégala”, y a la tía Torcuata, “la Cagalita”, ambas de muy escasa palabra, que después de toda una tarde juntas en el zaguan de la casa cardando lana, a la señá Super se le desató la lengua y dijo:
      -¿Quééé?
A lo que la tía Cagalita, más locuaz, contestó:
      P'os naaa. Y eso fue todo.

      A don  Sisibuto no lo conocí, era el maestro cuando mi padre iba a la escuela, contratado por la aldea en igualdad de condiciones que el pastor, una casucha donde vivir, equis reales, -pocos- anuales, unos costales de trigo con el que amasarse el pan, en tales condiciones poco podía esperarse de él, y así era efectivamente, fue  famoso porque apenas sabia leer y escribir, pero eso no importaba, su fuerte eran los temas religiosos: "el  probe señor don Yesucristo que por la culpa de nosotros en la faz le escopieron, y a la cruz le subieron y le pincharon en el costillas, junto a la tetilla, y cuando se morria, vertió mucha sangre, y escapao se morió ya. Pero alegrarsos por la resucitación del señor san Cristo, que jue endespués de ir al infierno, y  con mucho bullicio y ruido de cornetas"....También recuerdo con pelos y señales el bulle bulle entre el tío Joaquín y su costilla la señá  Grigoria,  respecto al tío Grabiel y la su burra preñá, decía ella:
      -Probe burrica, p'a parir y el mu desahogao subido arriba d`ella, no tene concencia.
      El tío Joaquin: -Será burro, bien viejo qu'está y cojitranco y la su burra de señoritinga  y él andando a pata.
      Aborrecido de los dimes y diretes, bien enojadote bufó:
      “Estomagao estoy  y encalentada la mi cabeza de oír consejas de cagarraches que ni saben bien en onde tienen el su culo. ¿sabis el qué?, que me dejis descurrir por mi mesmo, que sabré sobrao lo          que quero, p'os iré abajao o subido arriba de la mi asna  cuando me s'eminflen los mesmísimos”.

      Por último, para patentizar lo aficionada que es la gente a poner apodos, contaré lo que le ocurrió a Abundio, “el Cigüeñito”, que conociendo el percal como lo conocía, el muy pirulo, -ingenuo como Adán antes de morder la manzana- comento: "lo qu'es la mi Domitila, por mucho que sea el friazo que haiga, los sus piese siempre calientitos como la hornacha". Para qué lo diría, en el acto quedaron rebautizados con el remoquete de los "Patasfrias".

      Estando tan encima del terrón de tierra donde aterricé en el mundo, insoslayablemente  he de regresar a mi tema favorito: reconocer que no resulta fácil ser humilde cuando se ha nacido en un pueblo con un cielo que es más cielo que el cielo de cualquier otro pueblo. Bueno, vamos a ver, razonemos seriamente: probablemente no es que allí haya más estrellas que en otro cielo cualquiera, lo que ocurre es que por su atmósfera nítida y transparente como un cristal perfecto, se ven más.
      Quizá, -es lo más probable- por haber nacido bajo aquel mar de astros  florecidas y pestañeantes me pirra el firmamento y cuanto en él existe, pero me ocurre lo que en el pintoresco lenguaje de mi pueblo se dice, me falta “taliento en el celebro” para entender tan compleja cosa.
Pese a ello, me interesan las estrellas. Tantas estrellas. Dicen los que saben de lo que hablan, que en el Universo visible, una parte insignificante del Universo, puede haber billones de galaxias con billones de estrellas, ¡Qué enormidad! Para mí esa cantidad disparatada de cuerpos celestes es prueba irrefutable de la existencia de un ser superior. Se me ocurre ponerme a imaginar a Dios loco de alegría lanzado a hacer estrellas, estrellas y más estrellas, sin cuento, sin medida, ya puesto, a lo colosal, a lo inmensurable, a lo inacabable, a lo divino. Pienso que hizo bien, porque las estrellas son apasionantes. De nuevo según los cerebrudos, somos polvo de estrellas. Estamos hechos de carbono, oxígeno, hierro, cinc y otras mil sutiles materias que se cocieron en el interior de una estrella que explosionó, esparciendo sus interioridades por el espacio que evolucionó y de ello procedemos. Es emocionante saber que somos estrella en polvo, que somos un trozo de estrella.
      Resumiendo, y perdón por lo reiterativo, soy cornito y estoy orgulloso de serlo, ¿pero quién no? Si en una noche tibia y callada te acercas a la era  y tumbado boca arriba, en aquel firmamento tachonado de astros  titilantes y cintilantes  sientes la inefable sensación de que allí Dios palpita, se palpa al Creador. Más digo, lo digo todo: que allí sólo falta dar un paso adelante, abrir la puerta, entrar y abrazar al Altísimo.
      Llegamos al lugar de la cita e iniciación de la marcha con el tiempo justo para acercarnos al estratégico mirador de Piedrasluengas y después de contemplar el extraordinario panorama, repetir la mirada, pero ahora a la manera típica del lugar: vueltos de espaldas al paisaje e inclinados para contemplar el profundísimo valle por entre las piernas entreabiertas, que resulta aún más impresionante.
      Nos integramos  en la alegre,  colorista e interminable cadena humana que emprendía la marcha monte arriba. Ascendemos parsimoniosamente para no sofocar el corazón por praderas donde pastan lucidas vacas entre matorrales fáciles de penetrar y ramaje poco apretado de brezos. Vamos remontando el repechón acariciados por un fresco y perfumado airecillo y breves detenciones para inhalar largas bocanadas de aire ozonizado.
Cada repecho ganado produce la grata sensación de logro. Al coronar el encrespado risco donde esperábamos contemplar un extraordinario panorama, nos vemos envueltos en una niebla blanca y espesa como el algodón que nos desorienta total al no permitir ver más allá de la punta de la nariz.
Bien, hubo suerte y poco a poco, después de unos guiños del sol, la tupida bruma rueda cuesta abajo desleída por un sol, ahora sí, alegre y brillador. ¡Qué maravilla! Nos rodea un espectáculo sobrecogedor.
Tenemos sobre nuestras cabezas, bajo un cielo fantástico, como recién hecho, de un azul ideal, la inmensa mole de Piedra Labra ofreciendo una perspectiva alucinante: un auténtico mar de verdor, con hermosos y profundos valles, pintorescos desfiladeros entre montes y más montes cubiertos de robles y hayas, y más lejos, cerrando el horizonte, las infinitas cresta y agujas de los rocosos Picos de Europa.
      Con ser todo tan espectacular, lo que resulta  más sorprendente y admirable es ver al personal que, aunque embelesado en la contemplación del bellísimo paisaje, se capta de manera patente el florecer de la amistad y la cordial convivencia. Todo el mundo habla con todo el mundo afable y simpáticamente, manifestándose mutuamente su admiración y su emoción.
      Alegre y gratificante ha resultado la excursión deportiva, regresando con el ánimo feliz y alborotado, acariciado por el cálido bienestar que proporciona ver reflejada en la cara de los nietos la alegría de haber sentido la vida como una fiesta, impregnada la imaginación de novedades y situaciones nuevas, pues saltando de emoción en emoción se han fundido con la Naturaleza, percibiendo y gozando de cuanto les ha rodeado: ver nacer el día; oír el canto de los pájaros; aspirado el olor de las flores silvestres; disfrutado persiguiendo con los ojos los quiebros caprichosos de llamativas mariposas, aprendido el nombre de algunos árboles y escalado una elevada montaña, y en la cima, nimbados por el impetuoso azul del cielo, vieron, muy por debajo del nivel al que se hallaban, nubes de formas veleidosas correr presurosas empujadas por el viento.

viernes, 20 de abril de 2012

LA HORMIGA Y LA CIGARRA

¡¡Buena fábula!! Si no hubiera tanta cigarra suelta, seguramente las hormigas trabajarían cantando… Como lo hacía tu querida madre.

Abrazos.

Marisa Pérez

LA HORMIGA Y LA CIGARRA

Valladolid 25 de abril  2008

Queridos hijos:

Pensando en mi madre recuerdo con especial emoción lo que me contaba de la época en que residía en Cornón y realizaba brutos trabajos agrícolas, tales como arar, segar, recoger, beldar, etcétera, para los que no le alcanzaban las fuerzas, y habían momentos de agotamiento y depresión que tomaba la decisión de sentarse al pie de un hormiguero a contemplar a las hormigas, obreras intachables, seres insignificantes que con prodigiosa fuerza de voluntad y sudando tinta arrastraban con terca insistencia enormes y pesados bultos. La relevante hazaña le servía de estimulante ejemplo para sobreponerse al desánimo. No era para menos, comprobar como, sin meterse con nadie, ellas a lo suyo, buscarse la vida trabajosa y abnegadamente a la vez que se ocupaban de limpiar la naturaleza de pequeñas suciedades orgánicas.

Desde entonces cuentan las hormigas con mi simpatía, pero no únicamente por esta circunstancia; había más. Los valores éticos y morales que atesoraban las hormigas eran y son, el ejemplo que ponen los maestros a los alumnos para que el día de mañana sean útiles a la sociedad: trabar callada y machaconamente, ayudar al compañero que lo necesite, sacrificio por el bien común, previsión del futuro con ahorro y austeridad…

Todos los niños aprendimos de memoria la fábula de “La hormiga y la cigarra", en la que se compara el proceder de la laboriosa hormiga, que gracias a su esfuerzo y mentalidad previsora en los rigores veraniegos, hace acopio de víveres, llenando cuidadosamente y a tope su granero, y gracias a su animoso talante pasan el invierno confortablemente, bien alimentadas y guarecidas. Naturalmente se opone el ejemplo contrario de la cigarra, insecto de conducta detestable y cretina e insolidaria, que pasa el verano de fiesta y cachondeo cantando como loca, sin preocuparse de acarrear provisiones para sobrevivir el crudo invierno, sucumbiendo de hambre y de frío. Ósea, la recompensa al esfuerzo frente al castigo a la gandulería.

Estoy considerando que con fama tan bien ganada las hormigas han de ser felices al ver reconocidas sus virtudes, respetadas y admiradas. Pero, un momento, que todo hay que decirlo, tampoco faltan ocasiones que son consideradas como las malas de la película. Ahí tenemos como ejemplo estremecedor del film "Cuando ruge la marabunta", en la que las tías actúan  de lo peor: hormigas cabreadas capaces de devorar a mordiscos a cuanto se les ponga por delante, incluso las piernas de Charton Heston.

Por otro lado, aclaro que, personalmente, por las cigarras siento especial simpatía, y en  modo alguno resultan lo disipadas e irresponsables como las pinta la fábula. También los pájaros nos deleitan con sus trinos y tampoco almacenan alimentos.

Besos y abrazos

domingo, 15 de abril de 2012

BURRA SEÑORITINGA

Lo de meterse la gente donde no les llama, ni es exclusivo de Cornón, ni de “tiempos aquellos”.
Si todos tuvieran claridad suficiente para ver la estupidez que cometen opinando de lo que ni les importa ni les atañe, todos podríamos vivir más agustito.
Olé tu tío Grabiel, su burra y sus reales “Cornitos”.
Abrazos:

Marisa Pérez Muñoz

BURRA SEÑORITINGA
                                                  
Valladolid 27 de Julio de 2001
          
Queridos hijos:
Ser cornito no es poca cosa, pero tampoco para  hincharse como las ranas, porque si bien Cornón es mucho Cornón, y no hay más que uno, ya casi ni existe, aunque en su época de oro, cuando estaba lleno hasta el borde de moradores, apretujados como sardinas en lata, era un manadero de anécdotas.
He aquí una contada con el mismo lenguaje de aquel entonces. Se trata del bulle bulle que se organizó en el pueblo entre los cornitos y el tío Grabiel con motivo de la su burra preñá. Algunos, más bien algunas, le ponían a bajar de un burro, nunca mejor dicho: "probe burrita, pà parir ya y el mu desahogao subido arriba dèlla, no tene concencia".
        Otro muy diferente era el parecer del opuesto grupo de murmuradores: "si será burro, bien viejo  qu`está  y cojitranco  y  la su burra de señoritinga y él andando a pata".
        Aborrecido el tío Grabiel de tantos dimes  y diretes, bien enojadote bufó: "Estomagao estoy y encalentada la mi cabeza de oír consejos de cagarraches que ni ensiquiera saben en onde tienen el culo. ¿Sabéis el qué? Que me dejéis descurrir por mí mesmo, que sobrao sabré lo que quero, pos iré abajao o asubido arriba de la mi asna, hesta que se me infles los mesmisemos".
        Besos y abrazos de vuestro padre, un cornitoide cortado por el mismo rasero que el tío Grabiel.

sábado, 14 de abril de 2012

ROSQUILLAS TONTAS Y LISTAS

ROSQUILLAS  TONTAS Y LISTAS

       Melilla 17 de Mayo 2001

M’IJA Pilar: Tú como no tienes tratos con ellos no sabes que los perros sirven de vínculo amistoso entre sus dueños. Dos personas que paseando sus perros se crucen, dirigirse la palabra es casi obligado. En días pasados me enlacé en animada charla con una simpática y locuaz señora que sin preámbulos me largó de pe a pa la biografía de su perro ciego. Hoy de nuevo nos hemos cruzado y con la amistad ya más consolidada me ha hablado de ella misma. Se ha empezado a deshilar la madeja con el euro, que si el euro tal, que si el euro cual, y la poca cosa que es nuestra peseta, tan pobre de valor y carente de presencia, mirruña como la cabeza de una  chincheta, menos aún, como una lenteja mal alimentada, le queda a la infeliz muy poca vida.

Con una peseta real y verdadera de antes –añade- te sentirías ante un puesto de chucherías como en el Corte Inglés con un buen fajo de billetes. Te llenarían los bolsos de cucas: bolas de anís, pastillas de burro, caramelos de café y leche, palos de regaliz, cacahuetes , pipas... y los precios eran constantes, no como ocurre ahora que cambian vertiginosamente y un duro de hoy serán cuatro pesetas mañana, cuando no sean tres.

      Su padre  -cuenta y no para- capitán del ejército, ganaba -habla de su niñez; ha pasado medio siglo largo- quinientas o seiscientas pesetas mensuales y podían vivir –vivían- con decoro, sosteniendo y dando educación a cuatro hijos: separaban veinticinco duros para casa y criada, diez para entretenimiento del hogar, diez para educar a los hijos, cinco para entretenimiento del espíritu (teatro, periódicos, toros), diez para vestir y calzar, y se dedicaba a la manutención los duros restantes. O sea que con ocho o diez pesetas diarias por persona se mantenía una familia tan lindamente. Los obreros con un gasto de una peseta diaria por boca se defendían y ¡no pasaban hambre ni mucho menos!

      Así, con suspiros de nostalgia, la buena señora ha recordado la realidad pasada, los buenos tiempos en que su madre elaboraba rosquillas de santo, listas y tontas, según fueran glaseadas o con azúcar.

Aquellos eran tiempos, aunque no soy yo de los que creen que todo tiempo pasado fue mejor.

                                   Un millón de besos de  tu padre

sábado, 7 de abril de 2012

EL NIÑO DE MI MADRE

¡¡Cuanta ternura desprende esta carta!! Sobran las palabras y comentarios.
Enhorabuena por haber tenido una madre así, digna de ser recordada con tanto amor.
Feliz domingo de resurrección.

Marisa Pérez Muñoz

EL NIÑO DE MI MADRE                                                             
 Melilla 31 de Mayo 2001

Querida nieta de la autora de mis días: He tirado del sutil hilo que pone a funcionar el complejo y mágico artilugio de la memoria y en un flash instantáneo tengo ante mí a mi madre con la misma edad con que cuento yo ahora, época en que por razones insuperables, los nietos que la hacían compañía tuvieron que irse de su lado; ellos que eran el motor que movía su corazón y estimulaban su instinto maternal, lo que supuso que la casa se le llenase de olor a soledad y tristeza, el gran problema, por supuesto  revistiendo importancia máxima si ataca a personas mayores.
Sus baterías vitales permanecieron bajas por poco tiempo; imaginativa como era, palió el problema escapando de la dura realidad por la ranura de la fantasía. Eran días navideños y unos entrañables amigos conocedores de la situación, su fervor religioso y el acrecentado amor a los niños, actuando como ángeles llegaron del Cielo, se presentaron con la imagen de un encantador Niño Jesús:
-        Señora Mena –le dijeron- ahora que se ha quedado sin la compañía de sus nietos le traemos este niño que no permitirá que nunca se sienta sola y triste.
Sucedió cuando no lo esperaba y más lo necesitaba y fue maravilloso, porque en el momento mismo que lo tuvo en sus manos se obró el prodigio, dado que lo que mi madre recibió no fue una imagen de escayola, si no un niño… ¡Vivo! Bueno, vivo únicamente a los ojos de la autora de mis días y de la manera más singular y maravillosa: el niño no hablaba, ni lloraba, ni hacía nada de lo que hacen los demás niños, sólo en el fulgor de sus ojos y en la dulzura de su sonrisa reflejaba sus deseos y sentimientos, algo que mi madre interpretaba a las mil maravillas.
¿Locura? Un chispazo de sana locura muy de agradecer al Cielo, porque resultó ser un vivero inagotable de gozosas satisfacciones, una bendita locura que le permitió disfrutar a lo grande de la última década de su existencia ejerciendo de amorosa madre dedicada por entero al cuidado de la angelical criatura, suponía mantener abiertos de par en par los cinco sentidos. Levantarse cada mañana sintiéndose renacer, con el corazón lleno de fuerza y la emoción colgada del alma. Allí no cabía el tedio ni el desánimo, ni tristeza, ni soledad. Tenía su vida llena a tiempo completo. ¿Lo recuerdas?
Pilonchi,  hija mía y nieta de  mi madre: Como el final de un camino es el principio de otro, sigo con mi progenitora y con lo sorprendente que resultó el hecho de que el tema del niño no atacó la credibilidad de nadie, cada cual creyó y pensó lo que Dios le dio a entender, pero sin exteriorizar nada. No hubo caras de risa, ni la menor nube de burla y menos que nadie tomase el asunto como rareza de vieja risible asida desesperadamente a un muñeco,  lo más lejos, y es que a los ojos de la autora de mis días todo era tan real y lo vivía de  la manera más natural y seria, sin la menor extravagancia, el niño no era un juguete, ni tampoco lo tomaba como algo sobrenatural, era simplemente su niño, un niño al que había que prodigar todas las atenciones y cuidados que todo niño necesita y merece. Y actuando así, con sencillez y espontaneidad  causaba admiración y se hacía merecedora de respeto. Y como a la vez era ocurrente, jovial y optimista por naturaleza, a su lado no faltaban nunca las jugosas anécdotas, la charla amena y las amistosas discusiones; menudeaban las visitas, por aquello de que si eres feliz y estás contento tendrás  muchos amigos, la gente prefiere la  compañía de personas alegres y bien humoradas.

No me canso de pensar y agradecer que Dios viniese a verla de un modo que ni imaginado en el mejor de los sueños. Tener motivos sobrados para tirarse cada día de la cama con la alborozada ilusión de tener de quien ocuparse, algo tan fácil y gozoso como ejercer de madre y procurar permanentemente de que el niño fuera feliz y estuviera contento, y si alguna vez su carita entristecía, tratar de  que  recobrase la alegría cantándole nanas, con arrullos y amorosos piropos: adorado chupitel, dorado tesoro, chiquitirrín...y un sistema con el que instantáneamente recobraba el brillo de sus ojos era asomarlo a la ventana para que viese a los niños que gozosos jugaban corriendo y saltando en el arroyito que corría calle abajo.

Así, con la vida  llena de sentido, o sea, sintiéndose viva y necesaria pasó los últimos diez años de su existencia; próxima ya a los noventa, que es cuando voló al cielo, la memoria se fue deteriorando, y como sin la memoria no somos nada, se fueron alejando de su pensamiento recuerdos y sentimientos y se olvidó del niño, de hijos, nietos y todo lo que le rodeaba y significaba algo para ella. Su muerte fue quedarse dulcemente dormida.

Abrazos. Mañana más.
Tu padre

jueves, 29 de marzo de 2012

JUEGOS Y JUGUETES DE LOS NIÑOS DE AYER

¡Bueno! Aquí está con un poco de retraso la hermosa crónica de juegos y recuerdos infantiles.
Espero que te gusten las fotos (culpables de la tardanza).
Comentarte que “Trompo” y Peonza” creo que es lo mismo… En Alaejos se llamaba “peón” y al “tirachinas” “tirador”; formas distintas de denominar las cosas en el mismo país ¡¡qué curioso!!
No mencionas –quizás por olvido- el famoso “diábolo”. Jamás supe bailarlo; aunque en casa había uno que había pertenecido a la infancia de mi abuela Felisa.
Como “honda” sólo encontré esa cuerda. Tú me dirás si es a eso a lo que te refieres y cómo se jugaba con una honda.

Perdón por la tardanza ajena a mi voluntad.

Besos enormes guapo.

Marisa Pérez Muñoz

JUEGOS Y JUGUETES DE LOS NIÑOS DE AYER
20 de marzo de 2012 11:12 

Queridos seres queridos:

¿Qué es el tiempo? San Agustín decía que si nadie se lo preguntaba, lo sabía; pero  si quería explicarlo al que se lo preguntaba, no lo sabía. Yo no lo sé ni con pregunta ni sin ella, pero con certeza sé que el tiempo no pasa, pasamos nosotros,  y con nosotros tantas otras cosa que han quedado atrás: figuras, paisajes, costumbres…, y si damos un salto más largo hacia atrás, volviendo nuestros pasos hacía el mundo encantado de la infancia, los juegos tradicionales y populares de los niños de ayer: el aro, la peonza, la cometa, el trompo, las canicas, la perinola, el tirachinas, la honda, el burro, policías y ladrones, el escondite…vemos que se han batido en retirada, refugiándose en el olvido.
El aro era un juguete que a ningún chaval le faltaba. Se trataba de una simple rueda de metal que se empujaba con un alambre rematado en  gancho. Exigía destreza mantenerlo en equilibrio corriendo como gamos. Cuánto entusiasmo y alegría, cuántas sudorosas carreras creadoras de fuerza en el cuerpo y en el espíritu. Únicamente nos queda el recuerdo de los días de primavera, época ideal para practicarlo.
Otro de los de los reyes por excelencia de aquellos juegos era la cometa, artefacto volador para los días ventosos, que con las manos como única herramienta, unas cañas, papel y bramante nos las ingeniábamos para confeccionarlas nosotros mismos. 
La jubilosa sensación de jugar con el viento más que un juego era el arte de dirigirla, dominarla, elevarla corriendo, deteniéndote, retrocediendo, tirando del hilo, soltándolo, y, por supuesto, calculando bien la larga cola estabilizadora porque hacer piruetas sin que se estrelle contra el suelo es más difícil de lo que parece. Nada más divertido que ver aquella maravilla pendiente de un hilo volando como el viento y que con inefable alegría contábamos: vuela, vuela, alto, muy alto por el cielo completamente azul hasta alcanzar las estrellas.
La peonza era un juguete que manejábamos con maestría sin igual, consistía en enrollar el cordel de algodón y lanzado con fuerza y habilidad a dar vueltas y más vueltas sobre su eje, movimiento semejante al de la tierra, según explicaba el maestro.
Aquellos sencillos y emocionantes juegos que nos proporcionaron la mayor fuente de alegrías se practicaban en la calle y la calle era nuestra y la ocupábamos con bullicioso entusiasmo. Jugando desde que nos tirábamos de la cama  hasta que volvíamos a ella éramos felices, todo lo feliz que puede ser un niño, pese a que teníamos poco, pero era bastante, porque con un trozo de madera, trapos, gomas, hilos, piedras, botones, huesos de fruta…la necesidad desarrollaba nuestro espíritu creativo y nos las ingeniábamos  para construir nuestros propios juguetes.
Canicas de barro -material accesible y asequible para los niños de ayer- lejos de las coloridas canicas cristalinas que hoy también son recuerdo de niños que te sucedieron.
El juego es la principal actividad de los niños y ha de concedérselos la importancia que tienen, pues derrochando energía y entusiasmo corríamos, saltábamos, como con alas en los pies recorríamos los verdes alrededores del pueblo, sendereando por los montes, ascendiendo a la montaña rocosa, pescando o nadando en el Carrión, río de aguas diáfanas. Muchas horas al sol y al aire en contacto directo y profundo con la naturaleza el cuerpo se robustecía, el cerebro evolucionaba, se adiestraban los sentidos, se formaba el carácter preparando el espíritu para la vida. Nuestra existencia quedó marcada por aquellas experiencias. No resulta extraño que se diga que el porvenir de un hombre está en la niñez.
El nivel de vida se ha elevado de forma verdaderamente extraordinario, el mundo ha evolucionado, es otro, los niños no tienen lugar ni compañeros para jugar en la calle, a cambio son riada sus juguetes radicalmente diferentes, caros y pasivos físicamente. Muchas horas sentado ante el ordenador o el televisor, no es necesaria mucha imaginación para que quede meridianamente claro que poca movilidad más comida basura igual a niños obesos.
Bueno, vemos a ver, vamos a ver, fuimos niños de la guerra y no sólo nos divertíamos con juegos sencillos e inocentes, miméticos, emulando la conducta de los mayores que con la seria preocupación de derechas e izquierdas se llevaban como perros y gatos, viviendo en permanente discordia, y los críos éramos también bastante salvajotes y con frecuencias las bandas de muchachos nos enzarzábamos a pedradas y a palo limpio. Peligrosa conducta aquel obrar sin reparar en las consecuencias que bien podían haber rematado en tragedia, pero por fortuna, salvo algún chichón o descalabradura nada ocurrió de consecuencias serias.
Otra actividad favorita era la rapiña de frutas de propiedad privada. No es que las frutas robadas fuesen mejores, era las ansias de emoción y la atracción irresistible del riesgo. Me cabía el poco honroso título de  ser cabecilla de los más audaces, fuertes y osados escaladores de árboles y tapias. Vaya, vaya, vaya que tiempos aquellos.
En lo tocante a los juegos activos e imaginativos que nos proporcionaron profundo placer y emociones sin fin, tenemos para con ellos el deber del sentimiento de agradecimiento que es el recuerdo.
Abrazos, besos, salud, suerte y alegría.                                   

                        Félix