SUBLIME
ESPERANZA
Valladolid
19 Noviembre de 2001
Queridos hijos: Si me veis como me veo me llamareis iluso por vivir de
ilusiones vanas a sabiendas de que lo son. Mas claro: mi vivir es en realidad
nada, casi nada, apenas tratar de enlentecer algo el tránsito del tiempo con
trucos de ociosidad con escaso éxito, porque los días caen, caen los años de
prisa, de prisa, y la fecha de caducidad de mi vida está cada día más próxima,
y como dijo mi paisano Jorge Manrique:
Cómo se pasa la vida,
Cómo se llega la muerte,
Tan callando.
Pero, ojo, os lo voy a decir despacito para que entendáis: esto no
significa que me asuste la perspectiva de la muerte, es decir, no me asusta
demasiado, pero, claro, por eso de que si uno se muere lo hace del todo y para
el más para siempre de los para siempre, me hace apegarme a la vida, a la
alegría de vivir. La muerte sería mejor que la vida si uno tuviera la absoluta
seguridad de que el alma es enteramente inmortal y que después del tránsito de este al otro mundo
encontrásemos algo mejor.
Tengo el alma un tanto destemplada, pero voy a templarla asfixiando al gusano de la duda que me
mordisquea el cerebro con la martingala de que cuando el alma se separa del
cuerpo se desvanece como el vapor y deja
de ser. Lucho porque nada ni nadie me amargue la dulce esperanza, la firme
seguridad de que al partir de esta vida terrenal hacia el Más Allá nos espera una existencia eterna y bienaventurada
envueltos en la refulgente luz de Dios.
Hijos, a ser felices gozando de la alegría de ser jóvenes.
Besos
Y abrazos,
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