OPTIMISTA
Valladolid 3 Enero
de 2002
Queridos hijos: Mi padre, vuestro abuelo Víctor, era
más bien tímido y pesimista; mi madre animosa y optimista, mis genes o carácter
heredado se inclina al paterno, por lo que si un buen día se me apareciese el
famoso genio de la lámpara maravillosa ofreciéndose a concederme un deseo,
tengo muy claro que le pediría poseer la capacidad para ver siempre las cosas
por el lado amable y esperanzador, vivir como si todo me fuera de maravilla, ir
por la vida gozando, relajado y risueño. Dicho de otro modo, pertenecer a esa
clase de gente especial que al tener por lema, “No te preocupes, sé feliz”,
desprenden una energía positiva capaz de alegrar al más triste.
Bueno, vamos a ver, porque en realidad
esto es cierto sólo a medias. De hecho cada uno de nosotros lleva dentro de sí
una cierta dosis de ilusión y desaliento, de entusiasmo y depresión. Es decir,
que lo ideal sería, ni pesimismo irredento ni optimismo indomable. Hay
pesimistas realistas que son positivos, se concentran mucho y, digamos que
sufriendo y luchando se relajan, ganando en optimismo. Tampoco faltan
optimistas extremos, llenos de loca euforia y la autoestima tan por las nubes
que se desconectan de la realidad.
Bien, pero el tipo de optimismo que yo
pediría al mago es el que llena el corazón de conmovedora confianza en la
especie humana, en la paz mundial, en la fraternidad de los hombres, en la
erradicación del hambre…
Se dice, será otra mentira, que está a
punto de ponerse a la venta la maravillosa píldora del optimismo con lo que
todos viviremos felices y confiados, viendo el mundo a través de un cristal de
color rosa. Espero el milagro lleno de entusiasmo. Entre tanto he echado a
volar la imaginación hacia el pasado, hasta el lejano año 1952, cuando viajando
hacia México en un viejo cascarón llamado Marqués de Comillas por el Caribe nos azotó la cola de un ciclón,
haciéndonos bailar de lo lindo , con cierto peligro de naufragio. Bien, si tal
accidente hubiera tenido lugar, doy ahora en pensar que no hubiera estado nada
mal tener a mi lado a dos tipos de personas, un pesimista y un optimista, mi
padre y mi madre, por ejemplo, mi progenitor por su capacidad pesimista de
analizar la peligrosa situación con todo detalle y consecuentemente resistir a
todas las dificultades; la autora de mis días resultaría imprescindible para
mantener viva la esperanza. Sin su ánimo, la energía de mi padre podría
desvanecerse. En fin, pues eso, ¿qué hubiera pasado?
Hijos, resumiendo, la realidad suele
ser distinta, pero al optimista feliz que le quiten lo bailao.
Besos y abrazos,