NADERÍAS VOCIFERADAS
Valladolid Diciembre-2001
Queridos
hijos: Me canso de la tele, la gran fuente de la ramplonería; salgo a dar un
garbeo y apenas piso la calle me encuentro con otro enemigo: el ruido. El ruido
de los coches, bocinazos, frenazos, acelerones, radio a todo volumen, y peor
aun, las motos ruidosas como tracas.
Y qué decir de
estas fechas navideñas, de la música, villancicos hasta en la sopa. Un
villancico alegra y hasta emociona, pero villancicos a todo lo que da el
altavoz y todas las horas es demasié. Y para acabar de saturar el ambiente está
la otra música, la del “Bumbum”, la del “Tamtan” estridente con feroces letras.
La música, no
el ruido ensordecedor, a quién no le gusta si es hasta capaz de amansar a las
fieras; ese tipo de música para vivir, para soñar, para pensar, para
enamorarse, para olvidar, hasta para llorar; música que escuchada en silencio y
con el volumen que le corresponde, halaga los sentidos y alegra el alma.
Existe otro
ruido que se las trae, el ruido de la gente hablando a voces, la gritona de los
bares dando a conocer vidas ajenas. Parece difícil, tal vez imposible, que el
español llegue a dominar el arte de saber escuchar antes de lanzarse hablar, hablar y hablar sin
freno, se trate de lo que se trate, se sepa o no lo que se dice; se conozca o
no de qué va la cosa.
Esto último
nunca se da, puesto que en el bar “el que menos es ingeniero”. O sea, que
importa todo menos guardar silencio. A, y no trates de hacerlo entender porque
se te echan todos encima. ¿Qué tendrá el silencio que resulta insoportable para
la gente del país de la piel de toro?
Hijos, por
favor hablar bajito, con voz de amistad. De cariño. De prudencia, de respeto.
Besos
y abrazos:
Félix