VIDA
MÁS VIVIBLE
Valladolid Octubre de 2003
Queridos hijos: Pedaleo en la
bici estática por espacio de media hora y
para ahuyentar el tedio doy imaginativamente un salto y caigo en el
Cornón de mis años infantiles y veo a mi madre migando pan y cortando berza con un cuchillo
desgastado... ¡Qué tiempos aquellos!
Durante siglos el mundo vivió con una evolución
lentísima en cuanto a adelantos técnicos y modo de vivir, pero en los últimos
años todo ha ocurrido de repente, las cosas han cambiado a increíble velocidad,
quizá demasiado, y estamos invadidos absolutamente por fantásticos artilugios
que hacen la vida más vivible, así que, en fin ¿qué queréis que os diga?
Me parece que comparar los
viejos tiempos con la realidad actual es experimentar un espasmo de admiración,
porque verdaderamente media un abismo. O
casi dos. Ante todo y antes que nada y a título de ejemplo diré que por aquel
entonces no había llegado aún a mi terruño natal la luz eléctrica y la gente se
alumbraba con un candil pusilánime atizado con sebo de oveja que más que
luminosidad creaba fantasmas por doquier.
Nada que ver la casa de mis
padres y la de cualquiera otro cornito
con la actual mía o de cualquiera de vosotros abarrotadas de lujo al alcance de
todos: vitrocerámica, microhondas, frigorífico, lavadora, televisión, teléfono,
ordenador, el coche que a desplazado a la burrita alegre y vivaracha que era el
utilitario de mi madre...
Eran otros tiempos, peores sin
el menos resquicio de duda, porque el mendrugo de pan cotidiano había que
sembrarlo, segarlo, trillarlo, amasarlo y hornearlo con el sudor de la frente;
el agua había que acarrearla a medio
kilómetro de distancia; el combustible con que se guisaba era obligado llegar
al monte a por ello y transportarlo, trocearlo, prender el fuego, avivándolo
con el fuelle; la carne, la leche, los huevos, se lograban cebando durante
todos los días del año al cerdo, las vacas y las gallinas.
La ropa limpia requería
especiales trabajos, acudir a la charca incómoda y alejada del pueblo, encima,
por si fuera poco, en invierno era hielo; la calefacción era de origen animal,
dado que las habitaciones estaban ubicadas exactamente encima del establo, lo
que era causa de que los niños fuésemos una tentación para las moscas que se
cebaban con nosotros.
Finalmente, para no resultar
cargante, para las necesidades fisiológicas
no existía otra solución que acudir a la cuadra, entre las patas de los
animales, expuestos al pisotón, y como papel higiénico, un puñado de paja.
El único éxito en la vida es ser
feliz, y no eran nuestros mayores especialmente infelices, pese a carecer de
todo, quizá, sólo quizá, no peor que hoy, con más razonable sosiego, más
relacionados con las cosas que les rodeaban; los animales, el agua, las
plantas... La naturaleza significaba mucho para ellos.
Hijos, que vuestras vidas tengan
olor, color y sabor.
Besos y abrazos