OCTOGENARIO
Valladolid 3 de
Noviembre de 2001
Queridos hijos: Así son las cosas y así hay decirlo y
aceptarlo. El promedio de vida de los hombres se sitúa en los 75 años, lo que
significa que estoy a punto de convertirme en venerable octogenario, que vivo ya horas extras, tiempo suplementario,
consciente, por supuesto, de que entre los ochenta y los noventa hincan el pico
la inmensa mayoría de los mortales que aún se mantienen vivitos y coleando. O sea, que estoy
instalado en una escala y situación de máximo riesgo, al pie mismo del
precipicio, cruzando el puente que conduce hacia la otra orilla de la vida, con
grave riesgo de asomarme a la barandilla
y caer en cualquier momento. Con todo
no me desasosiego ni me dejo llevar por la emoción apocalíptica del más
allá oscuro y misterioso, más bien espero acontecimientos con cierta audacia,
lo diré así, aceptando la circunstancia guapamente, con hombría, es, al menos,
lo que a mí me parece, esperanzado en que por algún tiempo las cosas sigan
igual, y que aún me queden por vivir días que pueden ser largos y dichosos.
Amén, amén.
A todo esto, como el día ha sido caluroso, en la atardecida
corre una suave brisa que resulta agradable sentarse en el balcón a pensar,
ordenando los pensamientos que como veis se me confunden un poco, y dejando
correr los recuerdos caigo en la cuenta de que en mi vida ha habido muchos días
felices, maravillosamente felices. Soy un humilde hombre del montón y muchas
cosas sencillas me han hecho feliz: los hijos, los nietos, los padres y hermanos,
los amigos, guisar, pasear, leer, escribir e infinidad de realidades y
fantasías me han brindado la oportunidad de ser feliz, he tenido suerte..
También es cierto que a veces, no pocas veces, absurdamente nos empeñamos es
ser desgraciados.
Si aún me queda cuerda
para algún rato he de pensar que hacer con ese tiempo, porque algo tengo que
hacer con él, no me vayan a pedir cuenta, y pienso que nada mejor que dedicarlo
a luchar para lograr la felicidad, esa felicidad que todos anhelamos sentir.
A vosotros, hijos, en
la flor de la vida, alcanzarla no os resultará difícil, claro que con la
exigente necesidad de luchar por ella.
Besos y abrazos
de vuestro anciano padre
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