EL
PRODIGIOSO CEREBRO DE EINSTEIN
Melilla
29-30 de Mayo de 2001
Querida hija: Como no ignoras soy un lector compulsivo y no sé estar
sin tragar letras a puñados todo el rato, afortunadamente cuento con la fácil
solución de acudir a la biblioteca donde encuentro buenos e inteligentes amigos
con los que paso largos y gratos ratos, me cuentas muchas cosas, me lo cuentan
todo y siempre encuentro algo nuevo; hoy he detenido mi atención en un dato que
más que asombro, lo que me ha producido ha sido perplejidad.
El
sorprendente hecho tuvo lugar allá por los años cincuenta y poco, cuando a
nosotros apenas nos habían echado los garabatos: “D. Félix, ¿queréis por esposa
y mujer a Dña Obdulia y a ella os entregáis por esposo? O sea, remotamente
lejano el día de hoy.
Pero
dejemos estas “pequeñeces” y vamos a lo truculento, a la historia para no
dormir. Se trata de la peripecia del cerebro de Einstein y del doctor que le
practicó la contundente autopsia, pues se conoce que fascinado por lo que tenía
entre manos no fue capaz de reprimir la tentación de que antes de enviar el
cuerpo al crematorio, tomar la inquebrantable decisión de extraer la
excepcional mollera y a la chita callando, sin decir ni mu, quedarse con el prodigioso cerebro y
guardarlo en una fiambrera llena de
formol.
Corrió
el tiempo, esa cosa tan extraña que es el tiempo y del que el descubridor de la
teoría de la relatividad sabía tanto, y recabado el correspondiente permiso de la familia para ser manipulada y
troceada la materia gris del científico en 250 porciones que a modo de lonchas
de jamón de Jabugo fueron dispersadas por el mundo en laboratorios y
universidades, que con el empeño de descubrir las razones de su genialidad ha
sido estudiado bajo los mas potentes microscopios hasta el núcleo de la última
célula y ¿sabes lo que han descubierto? ¡Nada! Es decir, nada especial, sólo
una fisura, una falla, un defecto, una malformación que si en caso del Premio
Nóbel de Física provocó la genialidad, ¡ojo!
Si hoy se descubre en un feto algo semejante se aconseja a la madre la
interrupción del embarazo ante las dificultades psicológicas que podría
presentar el futuro hijo. En todo lo demás está comprobado que no era diferente
al resto de los mortales; el 99% de sus
genes eran iguales, exactamente iguales a los tuyos, a los míos, a los de Perico de los Palotes. ¿Qué te parece?
El
día tremendo del Juicio Final, a la gran hora de la Resurrección de los
Muertos, al señor Albert Einstein le va a ser complicado recomponer su genial sesera.
Abrazos
de tu padre,
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