CONTEMPLADOR DE NUBES
Melilla 30 de
Mayo de 2001
Querida hija: Soy un asiduo
contemplador de nubes, y temprano, lo hago frecuentemente, me he acomodado en la terraza bajo un solete mañanero tibio y acariciador y
he dejado expansionarse a los ojos y a la mente con el relajante y deleitoso
espectáculo de ver pasar, manchando el azul del cielo, un rebaño de nubes muy
blancas, como recién salidas de la lavandería, aún húmedas, de las que piensas
que si un viento juguetón llegara hasta ellas retorciéndolas, rezumaría su
destilada acuosidad.
¿Cuántas nubes pasarán hoy
caminando del mar hacía el Gurugú? Ayer la ruta
fue a la inversa, nubes tan
metidas en agua que bien podía decirse de ellas que eran un charco, y pasaban
superfluamente a desaguarse al mar. Eran agua e iban al agua.
Dios que está por encima de las
nubes, fantaseando las ideas en un criadero mágico exhaustivamente, con
rumbosidad, echando mano de un material efímero, bien perfectamente
irregulares, o de infinitas formas,
esbozando figuras llenas de gracia para que la imaginación de cada quién
vea, según y como, un fogoso Pegaso, una catedral, un muñeco de nieve, un
fabuloso dragón, un palacio de hadas...
Mis nubes favoritas son las
cargadas del líquido elemento, correlonas, que como con prisa pasan y pasan
veloces formando cadena, y embarullándose
se esponjan, se desmelenan, se abrazan a sí mismas...
Me dejo llevar por ellas con la
esperanza de que se resuelvan en lluvia y aplaquen la avidez de fieras sedientas
con su agua milagrosa. Milagrosa porque ese agua sería pan, el pan de los
pobres.
Hija, tu padre se imagina
cabalgando sobre una suelta y alta, clara y nacarada nubecilla a la que el
soplido de un suave viento arrastre como pluma hacía Valladolid para abrazaros.
Adiós
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Se tan educado en tus comentarios como quieres que lo sean contigo