Querido yayo
Félix: otra hermosísima carta dedicada a nuestra encantadora Rebeca.
Reconozcamos
que habría que darte un premio al visionario y un tirón de orejas como
adivinador de tu propia existencia.
Clavaste
la predicción para Rebeca, porque salió tan hermosa, encantadora e inteligente
como augurabas (o más si cabe), aunque afortunadamente fallaste en ese no
verlo, que como buen vejete que te creías (te creías vejete, bueno no lo creías),
vaticinabas no ver esos progresos y a día de hoy continuas viendo y disfrutando
de esta maravillosa mujer en la que –como bien decías- se convirtió.
Nunca cesa
en hacer las cosas con calma, pensando en los demás más que en ella misma. Arregla
más que rompe y es tan amante de su abuelo y le quiere tan hondo como él sigue
adorando a su nieta primogénita.
No quiero
ni pretendo abrumar a mi niña con tanta alabanza, pero Rebeca merece todo esto
e infinitamente mucho más.
Disfruta
tu permiso como jovenzuelo estudiante y regresa al curatorio (o mejoratorio, que todos sabemos que a ciertas edades y por buenos que sean los médicos, ya no salimos quinceños de los arrechuchos)
con ánimo de continuar tus estudios para sacar la mejor nota. Se te permite algún
suspenso, pero no te vicies en ellos que esperamos un pronto aprobado con la matrícula
de honor que mereces.
Que no te
falte tu ración de mis besos, abrazos, achuchones y buñuelos de cariño.
Marisa Pérez Muñoz
CAUTIVADORA REBEQUITA
En Valladolid a
unos días del primero de enero del año que comienza 1980
Cautivadora Rebequita:
Hoy, día de Navidad, no se ha hablado de otra cosa: estar a tu lado es como si
fuera fiesta. En apoyo de esta afirmación está lo solicitadísima que estás en
estos días; y es que anoche, Nochebuena, cenaste con todos a la mesa; por
cierto que lo hiciste maravillosamente bien para ser la primera vez. ¡Uf, la que
armaste! Yo, y todos claro, embobados te mirábamos como tontos. Lógico, como
dominas el arte de hacer las cosas bien, donairosamente, con qué aire,
pulcritud y seriedad te prendiste a las chuletillas de lechazo, y además y sobre
todo otra cosa: dos docenas de ojos clavados en ti desparramando unánimemente chorros
de admiración y tú ni te enteraste siquiera. Es que cuando haces lo que sea, te
concentras y lo haces a fondo. Te caracterizas precisamente por la irresistible
tendencia a prestar enorme atención a todo aquello que realizas, poniendo en
ello todo el ánimo.
Al recordarlo me parece que
fue sólo ayer cuando eras no más un rayo de esperanza. Has florecido tan rápidamente
que en apenas docena y media de meses has llegado a ser algo grande en un
recipiente chiquitín. Precisamente la indiscutible protagonista de la novela de
la vida de tus padres, abuelos y demás parentela. Por meritos propios te has
clavado en el epicentro de nuestros corazones.
Tu alegría, tu gracia,
esa tremenda actividad sosegada que te permite tratar con gran exquisitez todo
lo que tocas sin romperlo ni mancharlo, notable excepción en estos tiempos que
corren; ese fascinante vivir intensamente; tus modales extraordinariamente suaves;
las continuas y demostraciones de rapidez de mente y agudeza de inteligencia
explican claramente que estás prevista abundantemente de carisma. Esa gracia
dada gratuitamente por Dios a determinadas personas.
Sucede así, pues,
precisamente por todo esto y por mil cosas más, que estás predestinada – y es
opinión de todos unánimemente compartida-, a ser un maravilloso ser humano;
aunque todo es vaticinio aventurado porque no se pueden subestimar los
obstáculos que aún quedan por salvar, la primera prueba como ser humano la has
pasado con clamoroso éxito.
Atiéndeme: no quiero que
cambies porque a lo peor sucedería todo a al viceversa. Pero esa es otra
historia que jamás sucederá ¿me lo prometes seriamente, Rebequita? ¡Sí! Naturalmente
que sí.
Quisiera no envejecer
para vivir gozoso comprobándolo, pero ya sabes que el tiempo nos atropella y en
un dos por tres, tú te metamorfosearás en una bellísima joven y yo ya ni estaré
para verlo. Me habré ido para dejar sitio, para dar oportunidades. Pues bien,
si entonces leyeses esta carta sabrías que te admiraba enormemente y que te
quería muy hondo tu abuelo:
Félix
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