Una vez más recordando a tu querida y añorada madre.
¡¡Qué suerte tuviste por haberla conocido y nacer de ella!!
Ojala algún día pueda sentarme a su vera
y aprender de ella tantísimos valores como atesoró.
Besos querido yayo y queridos lectores.
Marisa Pérez Muñoz
Melilla 29 de Junio de 2001
Querida hija: Hoy, mi ultimo día en Melilla, va de botijo, esa vasija
de barro ya en desuso, panzona, con asa, una boquilla en un lado para llenarla
de agua y en el opuesto el pitorro para beberla. Pues bien, menudo rifirrafe
que en su día se organizó en Cornón en contra de mi madre a costa de su botijo.
Por supuesto, rigurosamente falso, porque ella en todos los días de su
vida rompió un botijo. Lo cierto es que en este vidrioso asunto existió una
semilla de verdad, efectivamente, se había acercado a la fuente en busca de
agua fresca con el botijo, pirulo, pipote o bototo, que con todos estos nombres
y muchos más se le conoce, y de regreso, guareciéndose, naturalmente, de un sol
bravío que chamuscaba el pelo, se percató de la presencia solapada del Chato,
que agatillado tras un carro escudriñaba sus movimientos. Conociéndolo, no hizo
caso pero nunca imaginó que estuviera tramando el infundio que tanto iba a
excitar a la tribu cornita.
Los ecos de esta peripecia
estrictamente verídica, llegaron a mis oídos, además de através los labios de
mi madre, de los de Elena y mi tío Pedro, todos ellos testigos presenciales del
episodio. Según ellos, esta es la versión tergiversada que de los hechos dio el
mentado Chato al Pinto:
-"Yo vide con
los mis mesmos ojos a la de Vitor apretujada contra la barda de adobe buscando
la mirruña de sombrajo, y de cómo el su botijo chocó contra la parés y cascó".
Misma versión
aumentada y corregida que el Pinto pasó a Danielón, éste a la garrula de su
costilla, y ella a todas las demás.
-"¿Sus hais enterao de la fichuriá de la Filumena, la de Vitor, tan
espabila la mu mosquita muerta que hasta sabe ler y escrebir y la mu sansirolé
ha rompido el su botijo?".
Y Cornón se convirtió en un semillero de trolas, disparates y
falsedades surtidas. Mi madre no hizo ni poco ni mucho caso, y aconsejaba al
autor de mis días que no prestase oídos, que el mejor antídoto era el sentido
común. Y, en efecto, en un principio mi padre se desengancho total del asunto,
pero como Cornón decidió unánimemente que el bulo, como bola de nieve, rodando,
rodando, creciese y creciese, y ver expuesta a la esposa en la picota cornita
empezó a mosquearse y a decir que todos somos pacíficos hasta que dejamos de
serlo.
Mira, Víctor, lo mejor es no
tomarlo en consideración, tanto barullo por un simple botijo. La situación, si
se piensa, da risa.
Como respuesta, él sonreía,
pero la procesión iba por dentro, porque el caso parecía no tener ya remedio, y
efectivamente, explotó la bomba el día que con ocasión de haber asistido en
Guardo a una renombrada feria de ganado, charlaban en corro con unos amigos y
de sopetón cayo en el corrillo la Torcuata, una moza cornita ya no muy manceba,
más ancha que larga, a la que le habían salido las nalgas de juicio, bruta como
un adobe, y que por residir fuera de Cornón no conocía a mi madre más que de
oídas, a boca de jarro le espetó en la cara:
-
De que venía bajando p'abajo, aquí los mis parientes, me dijón:
"mira, esa que p'allá va viniendo es la Filumena, la del botijo. ¿Ansina
que tú eres la Filumena de la que to el rato se icen cosas? Ya no me se
despista la tu fisunomia, y sin arrodeos querría que sopieras que, uuuuyyy, que
juerga, amos lo que yo me haiga podio reír de ti por lo del tu botijo".
-
Pues nada, mujer - la alentó mi madre - si te entran
ganas de reír, no te prives, que la risa es sana, y hasta engorda.
Para mi señor padre fue la gota de agua que colmo el vaso,
lo que le hizo decidir que había llegado la hora de jugarse el físico, como se
solía decir allá, "de aplastar la caspa en el cráneo de alguien que tiene
próxima la hora de su entierro".
Mi progenitora empezó a
temblar, y no precisamente de frío con la tremenda decisión del esposo de
jugarse el todo por el todo.
-
Por Dios Santo,
Víctor, sujétate, que te conozco, no saques las cosas de quicio y por una
valentía ciega te busques la ruina.
No quiso atender razones, y
el domingo al finalizar la misa, apelotonada la gente en el atrio de la
iglesia, a la vista de todos alzó el botijo vivito y coleando y lo estrelló a
los pies del Chato, y con los ojos soliviantados relampagueando como puntas de
bayoneta, enarboló el oncejo, y con un grito como bramido de toro, vociferó:
- !Quien crea que la mi mujer ha rompido el su
botijo, si es hombre y tiene lo que tiene que tener, que adelante una pisada!
Afortunadamente nadie se
envalentonó, es más, el puñado de mendrías reculó dos pasos, con lo que se
evitó que la sangre llegase al río, algo que bien pudo haber sucedido, aunque
en Cornón no hay río.
Hija, ¿y ahora que opinas de
los cornitos cuando estamos dispuestos a partir en cuatro el alma de más de
dos?
Abrazos de tu cornito padre
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Se tan educado en tus comentarios como quieres que lo sean contigo