Hoy leyendo esta añeja carta, he aprendido una cosa nueva: la palabra “valetudinario”
que ni idea tenía que significa Achacoso, enfermo, decrépito y otras tantas
acepciones más. Como ves, sigues teniendo mucho que enseñar y yo mucho que
aprender. Y como ves también, desde que escribiste esta carta han pasado 11
añazos de vellón, por tanto mi querido yayo, nada cambió bajo la capa del
cielo.
Besazos guapísimo yayete.
Marisa Pérez Muñoz
ARRITMIA
22-07-2001
Queridos
hijos: Mi valetudinario corazón, en mayor medida en estos días ardientes,
pierde fácilmente el ritmo, cuestión de arritmia, que por lo que he entendido
de las explicaciones de mi doctor se trata de un trastorno en la instalación
eléctrica en mi octogenaria víscera torácica, dando lugar a una anormal
generación de los impulsos eléctricos del órgano cardiaco o la transmisión de
los mismos a través del músculo del corazón. Las arritmias, me advierte mi
médico, constituyen uno de los problemas cardiovasculares más frecuentes. En
algunos casos son benignas y no comprometen la esperanza de vida de los que las
padecemos, sin embargo, algunos tipos de arritmias son muy peligrosas y pueden
llevar al fallecimiento por muerte súbita.
En tocante a dietas me recomienda
seriamente la abundancia de frutas, verduras, legumbre y pescado, por aquello
de que contienen ácidos grasos omega 3 que, me asegura, reducen en un 80 % el
riesgo de muerte instantánea.
Con todo, por edad y ley de vida, supongo
que me moriré pronto, entre los ochenta y los noventa es la edad en que Dios da la orden formal de que
acudamos a su lado. Moriré, por su puesto, y es mi más ardiente deseo, mucho
antes que vosotros, eso es cosa segura. Tal vez mañana o pasado, la semana que
viene o el mes próximo. Uno de esos días, a lo mejor en un santiamén y sin que
exista médico alguno capaz de evitarlo mi corazón hará una pausa y entonces
dejaré de estar en esta casa para vigilarla
desde la distancia. No creo, y además es lo que espero, que os vayáis a
morir de pena cuando ya no esté. Lo que sí me gustaría es que, ojalá sepa ser
un anciano sabio capaz de aceptar con valentía la llegada de mi apocalipsis,
que acepte con resignación y serenidad el hecho de que ha llegado la fecha de
caducidad de mi vida y de que el mundo se ha acabado.
Hijos, sinceramente, por lo pronto, al
día de hoy, la idea de saltar la tapia que separa el Más Allá del Más Acá no me
infunde excesivo sobresalto ni mieditis, lo que sea será en su momento.
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