DISCUSIONES
IMPRODUCTIVAS
Valladolid
9 Noviembre de 2001
Queridos
hijos: Muchas veces, cuando las familias se reúnen, las sobremesas dejan un
amargo sabor de boca por los enfrentamientos dialécticos que tienen que acabar
siempre en vencedores y vencidos.
Si
las personas no fuésemos tan dados a discutir improductivamente el mundo sería
menos agitado. La discusión es un acto para intercambiar pareceres y puntos de
interés sobre determinado asunto con el fin de resolver el problema. Nada de
malo tendría, pues, la discusión si no terminase impepinablemente en trifulca
acalorada, donde la cuestión concreta no es otra que derrotar al otro. Osea,
que no se busca acuerdo ni aclaración, sino estallidos de diferencias y
frustraciones.
En esas desagradables sobremesas se levanta la
voz, se pierde el control y asoma de inmediato la violencia, las
recriminaciones, la inquina más profunda, aprovechando la ocasión para el
desahogo hiriente, como pretexto para la denominación, para atacar y alzar el
conflicto al máximo posible por las más insignificantes pendejadas.
El
sacar a airear los trapos sucios del pasado más lejano revela inmadurez en el
manejo de las emociones. Esa clase de discusiones no ofrecen ningún efecto
positivo, sólo alteran los nervios y los ánimos de quienes las sostienen,
máximo que no se discuten cuestiones actuales, sino que aluden a hechos
supuestamente tuvieron lugar en épocas remotas.
No
entiendo que no sea posible que las discusiones no acaben acaloradamente, sino
en disculpas, reconciliaciones o, por lo menos en un pacto sensato y no en
gritos y camorra.
Hijos,
que no se diga que en nuestra sobremesa las injurias son las razones de quienes
no tienen razón.
Besos
y abrazos
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