Querido yayo Félix:
Con el desánimo que caracteriza a los ancianos
cuando aun tienen fuerzas de jovenzuelos pero temen el futuro incierto;
escribiste esta carta hace 11 añazos.
Años en los que –salvo los últimos meses- has vivido
tan autónomamente como deseaste, porque fuiste un privilegiado que tuviste
fuerzas físicas y mentales para ello.
Ahora estás en ese temido momento en que te
encuentras con menos fuerzas físicas, aunque sin perder la lucidez de tu mente
ni por un momento, por eso estarás feliz viendo a todos tus hijos tan
pendientes de ti; de cualquier cosa que necesites. Ya ves que tus antiguos
temores han sido del todo infundados. Rocío y Jose que tan lejos viven de ti
han viajado para estar a tu lado dispensándote cuanta atención precisas. Diana
viaja sin pereza para esa misma tarea, mientras Eva, Maricruz y Pili les falta
el tiempo para atender cualquier cosita que necesites.
Has sido un padre ejemplar con hijos tan ejemplares
como mereces, por eso no dejan de estar a tu cabecera y nada podrás
reprocharles cuando estés mejorcito…
***
Hasta ahí pude escribir y en ello estaba cuando tu
querida hija Pili me telefoneó y sin apenas poder pronunciar palabra me dijo: “Se
acabó, mi papá se ha ido”.
Desde ese momento todo
transcurrió demasiado deprisa y nadie mejor que tú –protagonista a tu pesar-
sabe lo que ocurrió después.
Ahora nos miras desde el cielo y con esa confianza; con la ilusión de que
continuarás visitando tu Blog, voy a seguir con la tarea que tanto te hizo
feliz, de ver publicadas tus cartas.
¿Sabes? El día de tu partida
batió record de visitas ¡¡¡558!!! Seguro que te alegraste al verlo.
Te envío unos enormes y
fuertes apapachos sabiendo que la fuerza de mis abrazos ya no podrán dañarte.
Marisa Pérez Muñoz
LOS ANCIANOS NECESITAMOS
POCO PARA VIVIR
Valladolid 2-Diciembre de
2001
Queridos hijos: No lo digo
yo, lo dice el refrán: “Como trates a tus padres te trataran tus hijos”. Ojalá
mis hijos me otorguen el trato que nosotros, mis hermanos y yo, dispensamos
hasta el último día de su vida a mi madre. (Mi padre murió joven). Nos cabe la
satisfacción de que a la autora de mis días, -un cielo de madre- siempre la
consideramos como la reina de la casa, en todo momento fue asistida con el
respeto y el cuidado debido, jamás oyó de nuestros labios una palabra
irrespetuosa, permanentemente atendida con generosidad y cariño, de la misma
manera que ellos hicieron con nosotros cuando éramos niños. Yo le prestaba la
ayuda económica, mi hermano misionero, alegrías y emociones, mi hermana, monja de
la caridad, un auténtico ángel custodio, asumió la responsabilidad de los
cuidados personales, constituyéndose en un manantial de bondad, cariño y
benevolencia hasta el final de su existencia no exenta de penas y trabajos a
causa del alzheimer.
No me quejo de mis hijos, no tengo motivos,
pero de momento me rasco con mis propias uñas, o sea, que nos necesitamos y
ayudamos mutuamente, la cuestión se plantea cuando llega lo peor, en la época
en que los ancianos
necesitamos poco para vivir, pero eso poco lo
necesitamos mucho; y con excesiva frecuencia se conocen casos de padres
olvidados, despreciados, abandonados por sus hijos, corazones filiales cargados
de desamor y egoísmo, cuando les escasean las fuerzas, con lagunas en la
memoria les reprochan ser viejos inservibles cargados de achaques y chocheces
les echan de casa de la peor manera. Imposible adoptar actitud más deleznable.
Bueno, lo que sea sonará. De momento la
edad no constituye obstáculo para sentirme ilusionado, activo, valeroso para
los demás, y moderadamente feliz. Me basta tener un porqué, una motivación para
sentirme de algún modo en plenitud y darme cuenta de que el atardecer de la
vida es provechoso y ya que se puede seguir siendo una persona necesaria,
alegre y divertida que no da importancia a cosas que no la tienen.
Besos y abrazos
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