¡¡Ya lo creo que vale!! Otra cosa es
que algunas personas no sepan vivirla.
¡¡Buen comienzo tras las vacaciones!!
Tu carta trae un montón de moralejas,
y se me ocurren un par de ellas: Nunca menospreciar a quienes aparentan
insignificancia, ni adular a quien propiamente se adula por el simple hecho de
haber nacido con un físico por el que no tuvo que luchar; porque la naturaleza
se lo regaló.
No me parece justo el precio que pagó
el mexicano por su altivez; aprender la lección le sirvió de muy poco para “el
resto de su vida”, ya que no le quedó ni resto, ni vida.
¡¡En fin!! Ni tanto que queme al
santo, ni tanto que no le alumbre, aunque el mastuerzo de nuestros días, si
hubiera merecido que el del cochecito hubiera empuñado una pistolita… de agua
para lavar los calzones al brabucón, que no dudo se hubiera –cuando menos-
cagao por la pata abajo.
Abrazos y achuchones:
Marisa, Pérez Muñoz
LA
VIDA NO VALE NADA 13
de septiembre de 2012 20:01
Valladolid, 5 de septiembre de 2012.
Queridos seres
queridos: Hace un rato, cuando regresaba del “Centro de Juventudes”, fui
testigo de una escena de indigna humillación que hubiera preferido evitar.
Un diminuto coche
blanco o casi blanco, cambia de carril, se diría que no muy adecuadamente,
cruzándose en alguna medida
“peligrosamente” con un flamante cochazo negro. Para qué lo haría, detenidos en el semáforo en rojo, del gran
vehículo sale un gorila con brazos como perniles que reaccionando violenta y
groseramente se lía a atizar furiosos puñetazos en el capó y patadas en la
puerta del cochecillo y la par que grita
al conductor: estúpido, que no eres más que un pobre idiota…
El chofer de coche
blanco, un hombre menudo, de aspecto
inequívocamente inofensivo, con las manos chispadas al volante escucha
acobardado, está paralizado de miedo y de vergüenza en tanto que el animal de
bellota recién escapado de la jaula del zoo, crecido sigue con los insulto:
cretino, jilipollas, que te voy a romper la cara…
Eso no es todo, lo
lamentable es que en el coche viaja también la familia, la esposa, más asustada
que el marido, varios hijos, dos chavalines
más espantados que la madre y una
chiquilla quinceañera que ante la vil humillación al padre los ojos se le inundan
de lágrimas.
Por fin, el cafre
desahogado, arrogante y chulesco se quita del medio. El pobre hombre del coche
blanco, como a un hombre no se le puede hacer eso delante de su familia,
arranca abochornada sin abrir el pico. Por supuesto, quien humilla a los demás
se envilece a sí mismo.
Parece que la
actuación impresentable de esta bravucón no tenga que ver, pero sí tiene que
ver con un hecho inaudito que no me agrada recordar en absoluto por haberlo
presenciado en vivo y en directo, en primer plano, a escasos metro.
Tuvo lugar en México
una mañana de domingo en una gran fiesta charra que se celebrara en el Roncho
Grande allá por los Indios Verdes. El protagonista un joven mocetón de no mucho más allá de los
veinticinco años, conocido porque en alguna ocasión coincidí con él en tertulias que se celebraba en el estudio
fotográfico del “Flaco”. Pertenecía a una familia adinerada residente en la
Colonia. Descollaba por lo elevado de su talla, era alto, muy alto, sobrepasaba
los dos metros y como cuidaba su aspecto físico y vestía bien, las mujeres se
lo rifaban, motivo bastante y sobrado para creerse superior a los demás y
mostrarse engreído y fanfarrón.
Al festejo para ser visto y admirado, lucía un
llamativo traje de charro y le acompañaba una bellísima muchacha ataviada
con la típica indumentaria de la fiesta,
llegó deliberadamente tarde, las localidades preferentes ya estaban ocupadas,
pero, vamos a ver, a él, ser privilegiado con derecho a todo, en el colmo
absoluto de la desfachatez, se le hizo fácil pretender los asientos ocupados por un joven menudito y su novia con un
simple ordeno y mando quítate tú para ponerme yo. El pobre muchacho intenta
mantener la dignidad y, lógicamente, se niega, pero el mocetón, abusando de su
poderío físico, lo toma por la solapa, lo levanta en vilo y no exagero si digo
que le arrojó al suelo. Desde la humillante posición que se encuentra, de entre sus ropas saca una
pequeña pistola, como de juguete y vacía el cargador en el pecho del arrogante
charro que cae muerto tan largo era. Así
de fácil, así de rotundo, así de trágico. La vida no vale nada.
Besos y abrazos.
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